Las palabras

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Al principio pensaba que las cosas producían palabras. Algo existe, luego es nombrado. En su nombre entraban todas las características, todo el ser de la cosa. El nivel de existencia de los objetos y de sus nombres era el mismo. Luego empecé a notar que, por ejemplo, los sentimientos no se dejaban atrapar en su totalidad por sus denominaciones lingüísticas. De este modo el saco donde entraban los innombrables, los inaccesibles a las descripciones en forma de palabras, se fue ensanchando. Así, poco a poco, caí en el más completo escepticismo sobre la utilidad epistemologica de las palabras. Entendí que las cosas, sentimientos, sujetos, etc. solo eran cuando escapaban de la etiqueta, del vocablo.

Todo intento de comunicar alguna experiencia o idea la veía como un imposible. Las palabras desfondaban el objeto, solo dejaban su piel reseca, como una serpiente que ya la cambió y se encuentra a kilometros de distancia. El arte, medio de expresión indirecto y ambiguo, comenzaba a pabonearse como el salvador del hombre parlante innatamente incomunicado, aislado entre sus verdades. Reconocía en los artistas ese guiño, esa desconfianza al verbo, al enunciado directo, claro y distinto. La expresión artística surgía como sustituto del diccionario. Era más complejo descifrarla, pero con intuición e imaginación una realidad no concreta se dejaba traslucir. Ya no solo estaba la experiencia personal, sino también la ajena, comunicada en forma de arte. Esta realidad cifrada solo era accesible para unos pocos. Los demás inútilmente seguirían viviendo en la mentira, en sus islas sin siquiera notar su condición, creyendo que la palabras eran puentes con los que uno llega al otro.

Para entender el arte primero había que superar esa difícil prueba, la de admitir la soledad, precariedad y engaño en el que todos nacemos y crecemos; poniendo al mismo nivel de la balanza al silencio y las ciencias más avanzadas. No era suficiente con aprender a hablar, leer, escribir; todo aquello eran placebos para que nosotros, seres sociales, no sucumbieramos prematuramente en la desesperación. Placebo que para muchos eran efectivos de por vida.

La creencia en la ambiguedad del arte como forma de trascender nuestra condición duró algunos años, con el tiempo fue perdiendo fuerza. Pero esta ya es otra historia...