¿No sería preferible, después de todo, orientarnos hacia una condición de autómatas? A nuestras tristezas individuales, demasiado gravosas, les sucederían tristezas en serie, uniformes y fáciles de soportar; no más obras originales o profundas, no más intimidad, luego no más sueños ni más secretos. Dicha desdicha perdería todo su sentido porque no tendrían de dónde emanar; cada uno de nosotros sería, por fin, idealmente perfecto y nulo: nadie.
(...)
Para ser justos reconozcamos que (nuestros dioses), si bien se interpusieron entre nosotros y la verdad, ahora que se van no estamos más cerca de ella que en la época en la que nos prohibían mirarla o afrontarla. Tan miserables como ellos, continuamos trabajando en lo ficticio y sustituyendo, inevitablemente, una ilusión por otra: nuestras más profundas certezas no son más que mentiras que actuan...
|