Olvido e historia

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Un fenómeno histórico, una vez que se lo ha conocido por completo, está muerto. Es lo que ha sucedido con una religión que, en cuanto, se ha querido conocer científicamente, está tocando a su fin. El tratamiento crítico-histórico del cristianismo, dice Nietzsche con preocupación conservadora, lo disuelve en un puro saber sobre el cristianismo. De un examen histórico de la religión, “vienen al día cosas, dice él, que destruyen necesariamente este ámbito de amorosa ilusión en el cual sólo puede vivir todo lo que quiere vivir”. Sólo en el amor, al amparo de sus sombras de ilusión; puede él hombre crear algo. La historia para ser creadora de cultura, debería ser tratada como una obra de arte, pero eso va contra la tendencia analítica y antiartística del tiempo. La historia expulsa los instintos. Un hombre por ella formado, o por ella deformado, ya no logra más “dejar caer las riendas” y obrar ingenuamente, abandonándose al “animal divino”. La historia tiene poco en cuenta el devenir, los hechos nuevos que entran en el ser, y paraliza la acción, que siempre es por naturaleza irreverente ante el orden antiguo. Lo que ella enseña y produce es la justicia. Pero la vida no necesita, para afirmarse, de justicia, sino por el contrario, de injusticia; ella es injusta por esencia. “Es precisa mucha fuerza, dice Nietzsche (y es dudoso que Nietzsche la tuviera), para poder vivir y olvidar, en cuanto vivir y ser injusto, es una y la misma cosa”. Todo depende de ese poder olvidar. (...) querer encerrarse artificialmente en el limitado horizonte en que se nace es una momificación estética y una negación del destino, de la que nada bueno puede salir. Pero Nietzsche de un modo muy bello y muy noble quiere lo suprahistórico, que aparta la vista del devenir para posarla en, lo que da a la existencia el carácter de eternidad y de permanencia: el arte y la religión. El enemigo es la ciencia que sólo sabe de historia y devenir, y no conoce nada de lo que permanece y es eterno; ella odia el olvido en el que ve la muerte del saber, y busca ampliar el horizonte. Lo viviente en cambio necesita de una atmósfera protectora, de un aura misteriosa y un manto de ilusión. Una vida dominada por la ciencia es menos vida que aquella dominada por el instinto y los mitos eficaces...