de Silogismos de la amargura, de Cioran
|Despojar a la literatura de su disfraz, ver su verdadero rostro, es tan peligroso como desposeer a la filosofía de su jerga. ¿Las creaciones del espíritu se reducen a la transfiguración de bagatelas? ¿Habría únicamente alguna sustancia fuera de lo articulado, en el rictus o la catalepsia?
Un libro que, después de haberlo demolido todo, no se destruye a sí mismo nos habrá exasperado en vano.
Las fuentes de inspiración de un escritor son sus vergüenzas; quien no las descubra en sí mismo o las eluda está condenado al plagio o a la crítica.
Fuera de la dilatación del yo, fruto de la parálisis general, no existe ningún remedio contra las crisis de abatimiento, contra la asfixia en la nada, contra el horror de no ser más que un alma dentro de un salivazo.
Una moda filosófica se impone como una moda gastronómica: se refuta igual una idea que una salsa.
La filosofía sirve de antídoto contra la tristeza. Y hay quienes creen aún en la profundidad de la filosofía.
El escéptico quisiera sufrir, como los demás, por las quimeras que hacen vivir. No lo consigue: es un mártir de la sensatez.
Sólo soy "yo" por encima o por debajo de mí mismo, en la rabia o el abatimiento; a mi nivel habitual, ignoro que existo.
Tarde o temprano, cada deseo debe encontrar su cansancio: su verdad...
El sofá, ese gran responsable, ese promotor de nuestra "alma".
Nosotros nos parapetamos detrás de nuestro rostro; al loco le traiciona el suyo. El se ofrece, se denuncia a los demás. Habiendo perdido su máscara, publica su angustia, se la impone al primero que llega, exhibe sus enigmas. Tanta indiscreción irrita. Es normal que se le espose y se le aísle.
No contento con los sufrimientos reales, el ansioso se impone imaginarios; es un ser para quien la irrealidad existe, debe existir; sin ello, ¿dónde encontraría la ración de tormentos que le exige su naturaleza.
Mientras la hartura se limite únicamente a los asuntos del corazón, todo es aún posible; pero si se extiende a la esfera del juicio, estamos perdidos.
Profundizar una idea es atentar contra ella: quitarle todo su encanto y hasta la vida...
En la antigüedad, el filósofo que no escribía, pero pensaba, no se exponía al desprecio; desde que nos postramos ante la eficacia, la obra se ha convertido en el absoluto del vulgo; a quienes no producen se les considera "fracasados". Sin embargo, esos "fracasados" habrían sido los sabios de otros tiempos; ellos rehabilitarán a nuestra época por no haber dejado trazas en ella.
Se acerca el momento en que el escéptico, tras haberlo cuestionado todo, no tendrá ya de qué dudar; será entonces cuando realmente suprimirá su juicio. ¿Qué le quedará? Divertirse o dormitar ‑la frivolidad o la animalidad.
...etc.